En la actualidad, donde las comunidades pueden convertirse, a veces, en meras cáscaras vacías, es imperativo comprender la profundidad de esta enseñanza. La invitación a la comunión con Dios no se limita a asistir a un templo desprovisto de Su manifestación, sino a encontrar Su presencia de manera auténtica y vital.

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El creciente número de desigrejados quizás refleje una búsqueda por algo más, una insatisfacción personal por una presencia divina real y tangible. El desencanto con la religiosidad vacía en las iglesias tradicionales lleva a muchos a recorrer un camino solitario, incluso desobedeciendo al mandamiento de estar unidos en un solo cuerpo.

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En el Seminario de Asbury, jóvenes universitarios iniciaron un culto rutinario que, en un determinado día, comenzó y no pudo terminar. La presencia manifiesta del Señor descendió sobre el lugar y no se retiró más; la atmósfera de la universidad y de toda la ciudad atestiguaba el inicio de algo mayor, como sucedió en la Calle Azusa, en Los Ángeles, en 1906.

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